La agresividad es una de las conductas más importantes e
instintivas de la especie humana. Tanto es así que podríamos considerarla una
de las motivaciones o instintos primarios.
En concreto, la conducta autoagresiva es todo aquel
impulso, voluntad o acto cometido de
hacerse daño físico a uno mismo o incluso de provocarse la muerte. Las
conductas autoagresivas son las más devastadoras de las exhibidas por las
personas. Además, la agresividad en los seres humanos sigue una pauta mucho más
compleja que en los animales.
Podríamos dividir las conductas autoagresivas en conductas
autolesivas y conductas suicidas.
En las personas depresivas, se pueden observar conductas con
importantes lesiones corporales, cuya motivación casi siempre es expiar
supuestas culpas.
También es bastante común esta conducta en pacientes
esquizofrénicos, en los que se ha llegado a observar como llegan a arrancarse
un globo ocular o seccionarse varios dedos e incluso una extremidad.
Otro trastorno asociado a la conducta autoagresiva, es el
trastorno límite de personalidad, dónde se observan con bastante asiduidad
marcas de cortes o golpes con motivo de descargar su tensión acumulada o
incluso como forma de culpabilizar a otros de sus problemas y ante una profunda
desesperación.
El llamado síndrome de Münchausen (patomimesis o trastorno
facticio por su carácter irreal o ausencia de trastorno comprobable), es un
trastorno por el cual los que lo padecen se producen daño físico con el fin de
ser atendidos y cuidados en un hospital.
En el llamado síndrome de Lesch-Nyham, que acusa un gran
retraso mental por alteración cromosómica, son comunes las mordeduras de
lengua, manos y brazos entre los pacientes que lo sufren.
La conocida como catatonía agitada, se caracteriza por
golpes brutales contra las paredes y los muebles con el único motivo de
autodestruirse cuanto antes.
En cuanto al suicidio como conducta impulsiva y voluntaria
podemos decir:
En las tentativas de suicidio se deben incluir todas
aquellas conductas o casos de suicidio fallido, independientemente de que el
fallo se deba por métodos inadecuados, por otra persona o por intervención
médica o psicológica.
El acto suicida como tal, incluye los suicidios consumados,
los frustrados y las meras tentativas. Se pueden distinguir tres tipos de actos
suicidas: el acto cortocircuito (una reacción de fuga ante una situación o
emoción muy desagradable), el suicidio balance (cuando una persona, a pesar de
sus esfuerzos continuados, cae en una situación económica y/o social, en que la
vida ya no tiene valor para él y no obtiene ningún tipo de satisfacción) y el
acto teatral o demostrativo (promovido por un deseo de venganza o de
notoriedad).
Por último, destacar el suicidio colectivo o ampliado,
conducta bastante infrecuente entre la población.
Podríamos añadir, que en dichas conductas siempre
intervienen ciertas tendencias a atribuir internamente muchos de los problemas
padecidos, así como estresores crónicos y disonancias entre las expectativas y
la realidad. Se suma, además, un pensamiento a corto plazo muy rígido e
inestable, y muy extremo en cuanto a negativismo se refiere. Por tanto, estas
personas buscan una huida de sí, evitar o escapar a una consciencia de sí mismos
y del contexto que los rodea.
Para finalizar, cabe destacar, que el suicidio patológico se
produce por orden de frecuencia en depresivos, alcohólicos, esquizofrénicos,
epilépticos y personalidades histriónicas o borderline (límites).
Bibliografía:
http://psiqueviva.com/author/lp468/
Pedro J. Mesa, Juan F. Rodríguez Testal. (2007) Manual de
Psicopatología General. Ed: Pirámide
Cohen, R. V. (2003). Convivir con el suicidio. Revista del
Hospital General de Agudos J. M. Ramos Mejía, 7 (2), Extraído el 8 de
septiembre de 2012, de
Documento: Convivir con el suicidio
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