Canciones

miércoles, 7 de mayo de 2014

Cuando ya no puedes más

¿Alguna vez has sentido que ya no puedes más? ¿Qué no sabes cómo seguir adelante?. A mí me ha sucedido muchas veces tío. Son muchos los problemas que se te acumulan. Nada de lo que te aconsejan te sirve y caes en una especie de limbo del que prefieres no salir, porque temes enfrentarte a la realidad. La primera vez que tuve esa sensación tenía 8 años y estaba interno en un colegio donde recibía múltiples castigos por ser diferente y no integrarme en la obligada disciplina. A pesar de todo, aquella etapa terminó, como todo en la vida y al final te quedas con los recuerdos agradables, esos pocos ratos que pasas junto a tus amigos. No sé por qué, pero nuestra mente siempre tiende a recordar las cosas buenas que hemos vivido y lo malo lo guardamos en un rincón de nuestra memoria al que procuramos no acceder con demasiada frecuencia.

No puedo decir que haya tenido grandes problemas en mi vida, los mismos que los de cualquier chico de mi edad, sin embargo, al ser hijo único he pasado demasiado tiempo con los mayores y eso tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Lo mejor es que he aprendido muchas cosas en poco tiempo y lo peor es que he abandonado demasiado pronto la infancia para adentrarme en el complicado laberinto de los adultos. Observando a mi alrededor veo que muchas personas lo pasan mal hoy en día, algunas sin un motivo justificado, como mis viejos, que siguen sin encontrarse  a sí mismos a pesar de tener más de 50 tacos y otras porque la vida les pone frente a desafíos difíciles de soportar, como la actual crisis económica. Un vecino mío y su familia acaban de perder su casa.

Cuando me encuentro a personas que han abandonado cualquier posibilidad de esperanza, me viene a la cabeza la imagen de un viejo roble que había en la finca de mi abuelo. Era un árbol robusto, centenario, que había sido testigo silencioso de la vida de varias generaciones de mi familia. El roble permaneció erguido durante la guerra civil. Aguantó temporales;  heladas en invierno; vendavales y épocas de sequía y su fortaleza le permitió seguir acompañando nuestras tardes de domingo durante mucho tiempo. Un día mi abuelo recibió una carta del Estado donde le informaban de la inminente expropiación de su finca para construir una nueva autovía. Recuerdo que lo que más pena nos dio fue la posibilidad de perder el  viejo roble, el cuál, percibiendo su inevitable final, había comenzado a secarse lentamente, si bien seguía aferrándose con fuerza a la tierra y al final eligió seguir viviendo. Entonces  mi familia decidió trasladar el roble a un paraje natural y lo plantamos cerca de un río. Fue un trabajo duro, pero mereció la pena. Y así fue cómo el viejo roble fue salvado de un final que parecía inevitable y comenzó sano y robusto  una nueva vida en otro bosque, donde sus raíces pronto se acostumbraron al sabor de la desconocida pero reconfortante tierra.


Cada vez que recuerdo la historia del roble, pienso que, aunque a veces pasemos por situaciones límite en las que pensamos que no podemos aguantar más y que todo ha terminado, la vida nos brinda siempre una nueva oportunidad. Tal vez ahora no puedas verlo, por eso debes estar atento y hacerte resistente, como el viejo roble, para que esa posibilidad no se te escape. Si consigues fortalecerte, nada de lo que pase a tu alrededor terminará contigo, ni te hundirá y aunque tus raíces estén arraigadas y te dé miedo el cambio, nada es definitivo, ni dura para siempre y puedes empezar de nuevo en cualquier momento, en cualquier lugar y bajo cualquier circunstancia de tu vida. No creas que no puedes hacer nada: Simplemente aguanta y resiste frente a los problemas. Con eso tendrás la mitad del terreno ganado y la otra mitad...como siempre,  depende de ti y de las decisiones que tomes cada día de tu vida.

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