¿Alguna vez has sentido que ya no puedes más? ¿Qué no sabes
cómo seguir adelante?. A mí me ha sucedido muchas veces tío. Son muchos los
problemas que se te acumulan. Nada de lo que te aconsejan te sirve y caes en
una especie de limbo del que prefieres no salir, porque temes enfrentarte a la
realidad. La primera vez que tuve esa sensación tenía 8 años y estaba interno
en un colegio donde recibía múltiples castigos por ser diferente y no
integrarme en la obligada disciplina. A pesar de todo, aquella etapa terminó,
como todo en la vida y al final te quedas con los recuerdos agradables, esos
pocos ratos que pasas junto a tus amigos. No sé por qué, pero nuestra mente
siempre tiende a recordar las cosas buenas que hemos vivido y lo malo lo
guardamos en un rincón de nuestra memoria al que procuramos no acceder con
demasiada frecuencia.
No puedo decir que haya tenido grandes problemas en mi vida,
los mismos que los de cualquier chico de mi edad, sin embargo, al ser hijo
único he pasado demasiado tiempo con los mayores y eso tiene sus ventajas y sus
inconvenientes. Lo mejor es que he aprendido muchas cosas en poco tiempo y lo
peor es que he abandonado demasiado pronto la infancia para adentrarme en el
complicado laberinto de los adultos. Observando a mi alrededor veo que muchas
personas lo pasan mal hoy en día, algunas sin un motivo justificado, como mis
viejos, que siguen sin encontrarse a sí
mismos a pesar de tener más de 50 tacos y otras porque la vida les pone frente
a desafíos difíciles de soportar, como la actual crisis económica. Un vecino
mío y su familia acaban de perder su casa.
Cuando me encuentro a personas que han abandonado cualquier
posibilidad de esperanza, me viene a la cabeza la imagen de un viejo roble que
había en la finca de mi abuelo. Era un árbol robusto, centenario, que había
sido testigo silencioso de la vida de varias generaciones de mi familia. El
roble permaneció erguido durante la guerra civil. Aguantó temporales; heladas en invierno; vendavales y épocas de
sequía y su fortaleza le permitió seguir acompañando nuestras tardes de domingo
durante mucho tiempo. Un día mi abuelo recibió una carta del Estado donde le informaban
de la inminente expropiación de su finca para construir una nueva autovía.
Recuerdo que lo que más pena nos dio fue la posibilidad de perder el viejo roble, el cuál, percibiendo su
inevitable final, había comenzado a secarse lentamente, si bien seguía
aferrándose con fuerza a la tierra y al final eligió seguir viviendo.
Entonces mi familia decidió trasladar el
roble a un paraje natural y lo plantamos cerca de un río. Fue un trabajo duro,
pero mereció la pena. Y así fue cómo el viejo roble fue salvado de un final que
parecía inevitable y comenzó sano y robusto
una nueva vida en otro bosque, donde sus raíces pronto se acostumbraron
al sabor de la desconocida pero reconfortante tierra.
Cada vez que recuerdo la historia del roble, pienso que,
aunque a veces pasemos por situaciones límite en las que pensamos que no
podemos aguantar más y que todo ha terminado, la vida nos brinda siempre una
nueva oportunidad. Tal vez ahora no puedas verlo, por eso debes estar atento y
hacerte resistente, como el viejo roble, para que esa posibilidad no se te
escape. Si consigues fortalecerte, nada de lo que pase a tu alrededor terminará
contigo, ni te hundirá y aunque tus raíces estén arraigadas y te dé miedo el
cambio, nada es definitivo, ni dura para siempre y puedes empezar de nuevo en
cualquier momento, en cualquier lugar y bajo cualquier circunstancia de tu
vida. No creas que no puedes hacer nada: Simplemente aguanta y resiste frente a
los problemas. Con eso tendrás la mitad del terreno ganado y la otra
mitad...como siempre, depende de ti y de
las decisiones que tomes cada día de tu vida.
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