Ante la cultura en la
que nos encontramos, resulta complicado que no tengamos algún tipo de complejo
corporal, debido a lo que nos venden como belleza. Acostumbramos a ver cómo las
personas que más atraen, resultan más admiradas y apreciadas, tienen cuerpos
que cumplen con unas medidas estipuladas, por un mundo, que sin duda, nosotros
hemos creado.
Estas personas que cuentan con unas medidas simétricas en sus cuerpos, propias de lo que entendemos
hoy día como belleza, no son más que ilusiones volátiles, que no perduran en la
realidad del paso del tiempo.
Seguir esas tendencias corporales puede resultar peligroso,
no todos contamos con la misma constitución y metabolismo para cumplir con los
estándares existentes socialmente.
Muchos jóvenes son víctimas de ello, sin entrar en el tema
de la anorexia, bulimia, o el trastorno dismórfico corporal, me dirijo hacia la
tentativa de tomar consciencia sobre la belleza que nuestro cuerpo tiene, por
hechos propiamente naturales, todas las personas somos bellas, y resultamos aún
más bellos cuando tenemos el valor de descubrirlo y mostrarlo ante los demás,
sin complejos ni molestos pensamientos sobre imperfecciones que no queremos
aceptar.
Hacer ejercicio y tener una nutrición saludable siempre va
ayudar a que nos encontremos mejor tanto física como mentalmente “mens sana in
corpore sano“. Aún así, dentro de
nuestras limitaciones genéticas, para llegar al reconocimiento sobre la propia
belleza corporal (hablando siempre desde un cuerpo que no ponga en peligro nuestra salud
física), hay que dedicarse un tiempo
para sí para aceptar lo que la naturaleza nos ha proporcionado. Es una belleza
en bruto la cual es necesario descubrir, dedicándonos tiempo y amor.
Observa tu cuerpo. Ponte ante un espejo, ve dirigiendo tu
mirada desde arriba, hacia abajo, lentamente, observando tu pelo, tu rostro,
cuello, etc. Ve recorriendo todo tu cuerpo con la mirada intentando percibir su
particular composición artística, fíjate en la forma de tu cara, en tus ojos,
las pestañas, la boca y orejas, viendo en detalle todo lo que te hace un ser único y hermoso.
Observa la longitud de tus brazos, la prolongación de tu cuello y cómo se
estructura la composición armónica de tu cuerpo.
No a la crítica corporal. Cuando tengas algún pensamiento
negativo sobre una parte de tu cuerpo, tómate un tiempo para apreciar su
función y la necesidad de que esté ahí, tanto biológicamente, como para el
apoyo a otras estructuras afines. Por ejemplo, si ves tus brazos flácidos, agradece
tenerlos, pues piensa que te sirven para abrazar, levantar peso, y un sinfín de
cosas para tu vida diaria. Préstale atención y otórgale la importancia que
tiene a aquello que no te gusta, aprenderás así a valorarlo y quererlo tal cual
es.
Aprecia cada parte de tí. Al recorrer cada una de las partes
de tu cuerpo, admira y agradece las formas sensuales de tus pechos, muslos y
hombros. Las suaves curvas que conforman tus caderas, el vientre y tus gluteos.
El recorrido liso y firme de tu espalda hacia la longitud de tus piernas.
Encuentra algo agradable que decir sobre cada una de las partes de tu cuerpo,
aprendiendo a quererlo y admirarlo ante toda su hermosura.
Con esto, sé capaz de reflexionar sobre toda la hermosura
que recorre cada parte de tu piel, si aprendes a amar tu cuerpo, descubrirás la
singular belleza que lo hace único, de esta forma podrás abrirte más
comodamente a la experiencia de sentirlo deseado y apreciado tal como es. Esta
experiencia sirve también para llegar a sentir más placer, debido a que un
cuerpo criticado y juzgado le resulta más complicado abrirse al placer, que un
cuerpo amado y apreciado.
Descubrir tus zonas erógenas comienza por el reconocimiento
positivo hacia tu cuerpo, explorar sus posibilidades, darte un tiempo sin interrupciones,
en privado, para recorrer todos esos puntos con los que te encuentras agusto
acariciándolos y estimulándolos. Tomando consciencia de aquello que te
reconforta. Ya no dudaras en guiar a tu
pareja y en proponerle que vaya descubriendo lo mucho que amas a tu cuerpo, y
todo el placer que puede llegarte a proporcionar cuando lo conoces.
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