En el ya lejano 1975, Raymond Moody publicó un libro que
causaría un gran revuelo mundial: “La vida después de la vida”. Para quienes no
lo han leído, les sintetizo su contenido: básicamente, es una serie de relatos
de personas que habían estado muy cerca de la muerte o que incluso habían sido
declaradas muertas clínicamente. Estas personas, cuando recobraron su estado de
salud normal, narraban experiencias bastante similares. En general, se
escuchaban y veían las cosas que sucedía a su alrededor pero desde una
perspectiva diversa a la que estamos acostumbrados (experiencias fuera del
cuerpo), otros percibieron sensaciones de paz y felicidad y algunos vieron un
túnel con una luz al final donde aparecían personas allegadas que ya habían
muerto.
Muchos científicos no aceptaron estas experiencias como una
muestra de la vida en el más allá sino que afirman que se debe a un estado
particular del cerebro provocado por la falta de irrigación sanguínea y
oxígeno.
Según esta teoría, la conciencia del yo es un proceso que
emana fundamentalmente de las estructuras cerebrales y los neurotransmisores.
Sin embargo, cuando estamos a punto de morir, el cerebro no cesa sus funciones
de golpe sino que vivencia una serie de transformaciones hasta que llega la
desaparición de sus funciones y la conciencia. En pocas palabras, el cerebro no
se “apagaría” de una vez sino lentamente.
Por otra parte, quienes creen en la vida después de la
muerte se sustentan en cuatro argumentos esenciales:
1. La consistencia: muchas personas, independientemente de
su cultura o periodo histórico han descrito experiencias similares.
2. La realidad: las personas refieren estas experiencias
como particularmente nítidas y reales.
3. Lo paranormal: es decir, la vida después de la muerte
explicaría muchos misterios que la ciencia aún no ha descifrado.
4. La transformación: las personas afectadas cambian su
conducta volviéndose más espirituales y menos materialistas.
De estos argumentos, el único que puede ser bastante
convincente es el primero.
¿Qué sucede en el cerebro cuando estamos a punto de morir?
Se sabe que en muchos casos, el cerebro sufre una falta de
oxígeno y una hipercapnia (aumento de la presión parcial de dióxido de
carbono). Estos dos factores, pueden explicar algunas de las características
mencionadas anteriormente, como las experiencias de desrealización (que, por
demás, han sido reproducidas en el laboratorio), la visión de la luz y la
sensación de que todo es muy real.
También sabemos que nuestro cerebro equivale únicamente al
2% de la masa corporal pero consume nada más y nada menos que el 20% de la
energía del organismo. Por ende, la falta de oxígeno le debe afectar de manera
particularmente intensa. Probablemente la falta de oxígeno afecta en primer
lugar a las células que tienen un mayor metabolismo (específicamente, las
células pequeñas cuya función es inhibidora), por lo que se tendría que
producir una desinhibición de ciertas funciones cerebrales.
A la misma vez, al quedarse sin entradas sensoriales,
nuestro cerebro comenzaría a crear un modelo de la realidad que sea coherente
con su sistema de creencias, sus expectativas y claro, con un toque de
imaginación.
Los signos del más allá analizados uno por uno
1. La inefabilidad. Realmente existen muchas experiencias
que no podemos explicar con palabras. Este fenómeno no se restringe a las
experiencias cercanas a la muerte. De hecho, algunos sueños sobrecogedores
tampoco pueden ser explicados, lo mismo sucede con las experiencias místicas o
con el deja vu. Todo se explicaría por un aumento de la actividad de la
amígdala, la estructura encargada de conferirle un significado a los estímulos
que provienen del entorno.
2. Sensación de paz y felicidad. Hoy sabemos que las
endorfinas son las responsables de esta sensación y que su producción aumenta
de manera particular cuando nos vemos sometidos a un gran estrés.
3. Experiencias fuera del cuerpo. En realidad esta
experiencia se denomina autoscopia e indica el fenómeno de salir del cuerpo y
observarse desde lo alto, una experiencia que no solo está presente en algunas
experiencias místicas sino que incluso se ha recreado a nivel de laboratorio
simplemente estimulando eléctricamente la corteza de la unión temporo-parietal,
concretamente del giro angular. También se ha reportado en casos de
intoxicación por drogas, en casos de deprivación sensorial, en personas con
epilepsia y en casos de esquizofrenia. Incluso, existen personas que pueden
inducir estas experiencias por voluntad propia.
En la zona temporo-parietal, confluyen las diferentes
percepciones que experimentamos a través del tacto, el equilibrio, la vista y
la propiocepción. De esta forma nos damos cuenta que existimos y que estamos en
un sitio determinado ocupando cierto espacio. Sin embargo, cuando el cerebro se
ve expuesto a la anoxia y la hipercapnia, todo cambia, incluido nuestra
percepción del yo y del espacio.
4. La luz y el túnel oscuro. Debes saber que en el lugar de
la corteza visual donde se proyectan las imágenes que vemos, es donde confluye
el mayor número de células. Cuando estas neuronas se desinhiben generan
fosfenos y son estos los que dan lugar a un círculo luminoso rodeado por un
túnel. En la misma medida en que más neuronas se ven afectadas, más grande será
este círculo y por eso tendremos la impresión de acercarnos al final de un
túnel.
Otra explicación implica lo que se conoce como la “molécula
espiritual”, que en lenguaje científico se llamaría “dimetiltriptamina”. Este
alucinógeno puede ser sintetizado por la glándula pineal y se hipotetiza que
está relacionado con estados de meditación profunda y un estrés intenso.
5. Revisión de toda la vida. Quienes han tenido experiencias
cercanas a la muerte refieren una especie de revisión a gran velocidad de los
sucesos más relevantes de su vida. Según los científicos, esto se debería a una
actividad muy intensa del hipocampo y la corteza del lóbulo temporal. De hecho,
se ha verificado en el laboratorio que la estimulación del lóbulo temporal
evoca contenidos antiguos de la memoria.
Por otra parte, en experimentos realizados con animales, se
ha apreciado que la falta de oxígeno en el cerebro provoca un aumento del
glutamato y el aspartato en el hipocampo. Dos neurotransmisores que juegan un
gran esencial en la memoria. Así, serían ellos los encargados de producir la
hiperactividad del hipocampo.
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